La angustia de la individuación, Franco Piperno
La angustia de la individuación: notas sobre el movimiento del ´77, de
Franco Piperno es un artículo aparecido en Qui e ora, número cero marzo de 2017
Como el del 68,
el Movimiento del ´77 tiene su origen en la universidad; así lo atestiguan las
crónicas. Pero a diferencia de aquel que tuvo lugar en marzo del ´68, en
febrero del ´77 aflora, de inmediato, ya desde principios de ese mismo mes, un
sentimiento colectivo, compartido por las multitudes en revuelta, una
declaración pública casi de extrañamiento absoluto no solo respecto a la
escuela y a la universidad, sino que también hacia el régimen político-social
vigente en el país; una autonomía irreversible de las instituciones estatales
que va penetrado en el sentido común y se expresa en la determinación
manifiesta de romper el monopolio estatal de la violencia y practicar, en forma
abiertamente al final, la legitima defensa, llegado el caso a través también
del uso de las armas.
La imagen
concluyente de esta autonomía se ha fijado para siempre en las serie de fotos
de Tano D’Amico que muestran a Paolo y a Daddo caer heridos en Roma, el 2 de
febrero, en piazza Indipendenza; que caen heridos defendiendo la manifestación
estudiantil del asalto de la policía; heridos sí pero armados, con la pistola
aun en la mano.
El 2 de febrero
es un acontecimiento precursor de aquel que sucesivamente en el transcurso de
aquel inolvidable año: unas semanas después, y el 17 del mismo mes, Lama
secretario de la CGIL, será expulsado de malas maneras, junto al servicio de
orden del sindicato, de la universidad de Roma; y menos de un mes después, el
12 de marzo, de nuevo en Roma, es el día de la „terrible belleza“, cuando
sucederá, por primera vez en la Italia de postguerra, una auténtica puesta en
escena generalizada del complejo arte de la insurrección...
El ´77 encontrará
luego su realización hacia finales de septiembre de ese año; concluyendo con la
„conquista dulce“ de Boloña, la ciudad donde las instituciones republicanas
aparecían fundadas, de un modo ejemplar y sin residuos, sobre el compromiso
entre obreros y capital. Si el 17 de febrero, con la expulsión de Lama, se
consuma una definitiva ruptura ético-política entre proceso subversivo y
tradición de la izquierda, incluyendo al propio operaismo; en Roma el 12 de
marzo marca la reapropiación colectiva de una potencialidad latente: la
violencia de masa; mientras el 24 de septiembre, en Boloña, el Movimiento se
recompone, hace, por así decirlo, teatro de sí mismo; reconduce a la unidad las
diversidades que lo articulan en el interior –de Radio Alice a la Autonomía
organizada, de la sátira a la tragedia, de los Indios Metropolitanos a las
Brigadas Rojas: y así mide el enraizamiento social alcanzado; y, a la vez,
desaloja a sus enemigos, los obliga a mostrarse, a tomar parte en el
espectáculo.
Conviene, por el
estado crítico de la cuestión reconstruir detalladamente el uso de la violencia
en el enfrentamiento social de aquellos años.
Para el
Movimiento del ´77, o al menos para la „voluntad general“ que lo sustenta, el
uso de las armas era como una declaración de una „potencialidad“ reconquistada;
un gesto simbólico, en resumen, para mostrar el espesor de la enemistad y dar
una medida del odio social del que estaba repleta ya la vida moral y civil del
país.
Veamos las cosas
más de cerca. A partir de la mitad de los años setenta – cuando ahora ya la
crisis económica, desencadenada por el alza vertiginosa del coste del petróleo,
alcanza sus efectos últimos restaurando el régimen de fábrica ósea el dominio
capitalista sobre la cooperación productiva – entre las multitudes en revuelta
se produce una bifurcación. Para las organizaciones armadas (BR, Prima Linea
etc. que, ya por una dimensión, por así decir, especializada, forman
ciertamente parte del Movimiento del ´77), el terreno electivo donde desplegar
su actuar deviene propiamente el militar; así como la forma organizada que
asumen es la guevarista, „los focos de guerrilla urbana“.
En cambio, el
Movimiento, esto es la „extragrande mayoría de aquella minoría agente“, a
partir de los años setenta, ha venido estructurándose lentamente en torno a
formas de vida, a prácticas cotidianas alternativas que lo han radicado en
lugares específicos de la ciudad como los barrios, las escuelas, la
universidad, los hospitales, etc. – donde, en la generalidad de los casos, la
violencia tiene una dimensión de masa y raramente recurre a las armas y casi
nunca a las armas de fuego. En breve no se reivindica, no se requiere la
intervención de la mano pública; al contrario, se insta al Estado a no
inmiscuirse.
De hecho, se
trata, la mayoría de las veces, no de reivindicaciones sino de prácticas
reapropiativas de bienes comunes: ocupaciones de la casas desocupadas („la casa
se toman, el alquiler no se paga“ recita un eslogan de aquellos años)
autorreducciones de la luz y el agua, expropiaciones de mercancías en los
supermercados, cuidado de los lugares y defensa ante la contaminación
industrial, y así en adelante. La praxis del Movimiento muestra entera la
potencia subversiva justamente porque el medio y el fin se transforman el uno
en el otro. La acción directa apunta a realizar „aquí y ahora“ necesidades y
deseos; no reclama nuevos derechos sino que más bien apunta a hacer reemerger
hábitos que duermen en la memoria común, a reevocar, actualizándolas, antiguas
costumbres.
El Movimiento del
´77 posee en este „inmediatismo“, por usar una expresión de Bogdanov, un trato
distintivo que lo contrapones a la tradición moderna, capitalista o socialista
sea cual sea. La una y la otra de hecho están impregnadas, las dos por igual
medida, del espíritu fáustico, imbuidas de una supersticiosa confianza en la
inevitabilidad del progreso. Una creencia consolatoria que se ha instalado, ha
anidado, en el sentido común occidental, expulsando el sentimiento religioso;
confiándose a lo que aun no hay, lo nuevo que vendrá – como si el futuro fuese
de una calidad ontológica superior al presente; un modo de ser completo, sin
las lagunas que afligen „tanto lo que ya ha sido como lo que hay“.
Este paradoxal
optimismo de la razón, este deambular más allá de los límites, más allá del
hombre, hacia el mutante, más allá de la especie – este alimentar expectativas
crecientes de necesidades voraces y no auténticas, encuentra su fundamente
concreto en la práctica de la usura, del interés, del dinero que crea dinero, del
dinero invertido. Aquí realmente lo mejor es sistemáticamente perseguido como
enemigo del bien.
A la inversa, en
el Movimiento del ´77 parece poner en obra otro principio de individuación; en
particular, una temporalidad, un sentimiento de la transformación, que se
sustrae al fetichismo de las mercancías; y privilegia el ser sobre el producir,
la política sobre la economía, la actividad elegida por vocación sobre el
trabajo asalariado.
Por una
temporalidad similar, la clase obrera pierde aquella centralidad que la había
connotado. El enfrentamiento social no tiene ya su epicentro en la fábrica –
que de hecho con la automatización tiende a aparecer sin sentido, como un
dentífrico en el desierto.
Son las ciudades,
y por eso los barrios, los lugares del despliegue de esas facultades sociales
generalmente humanas como el habitar y el autogobierno; donde el „presente“
está fuera del tiempo; y en consecuencia el individuo opera no ya para realizar
una utopía cualquiera sino que actúa para volverse el mismo, o lo que es lo
mismo lo que ya es; en una palabra, „individuo social“.
Todos saben que,
en septiembre, con la gran asamblea de Boloña, la parábola del Movimiento
alcanzará su punto álgido; de hecho, unos meses después, durante la primavera
del ´78, las leyes de excepción, los poderes extraordinarios concedidos a
las tribunales, los arrestos de masa de sospechosos de „concurso externo al
terrorismo“, las violencias practicadas durante los interrogatorios, las
cárceles especiales, la conducta omertosa de los partidos y de los medias –
todo esto y más hará aun que un gran fenómeno de transformación social venga
desnaturalizado, arrugado hasta aparecer como un caricatura de uno mismo, un
problema de orden público.
Hace falta
aclarar: la derrota del Movimiento no es atribuible únicamente a los
tribunales; o mejor, estos comparten el merito, si así se puede decir, con
variados otros sujetos. Contribuye en gran medida el aparato del PCI que, por
la dirección del „renegado Pecchioli“, se vuelve una agencia de espionaje y de
reclutamiento de jurados previamente adoctrinados: un papel decisivo luego es
el de Cossiga, el astuto ministro de policía, que autoriza el uso sistemático
de las armas de fuego durante las operaciones represivas; elevando así en nivel
de violencia hasta rozar casi el terror de Estado.
Va de suyo, pero
está bien destacarlo por honestidad intelectual, que convergen hacia el
enfrentamiento militar, las mismas acciones de las formaciones armadas
subversivas; en primer lugar las BR que actúan por secuestros y emboscadas,
cada vez más espectaculares y sangrientas, llegando a capturar, para luego
asesinarlo, al honorable Aldo Moro, „el soberano“, el símbolo mismo del
equilibrio institucional. Se trató de un error garrafal, pese a ser del todo
previsible; generado por la ideología guevarista que privilegia la acción
armada de las vanguardias sobre aquella política de las multitudes; una especie
de primitivismo originario de Latinoamérica, que no casualmente la completa
fragilidad o mejor la inconsistencia ideológica precisamente durante el caso
Moro: a una rápida acción militar, de gran pericia, siguieron dos largos meses
de gestión política, ruinosamente infantil, de los efectos de esta misma
acción.
Las cosas, grosso
modo, han ido de esta manera. Bien mirado fue accidental si los protagonistas
de la derrota del Movimiento del ´77 fueron aquellos que hemos sumariamente
indicado; en realidad la derrota estaba inscrita desde el inicio; el
reapropiarse de la violencia de masa hacía si que la victoria se volviese
posible incluso si, a un tiempo, la volvía altamente improbable. Del resto la
„voluntad general“ del Movimiento había operado una cesura con la tradición
socialista; de hecho no entendía vencer, esto es apoderarse de la maquina
estatal;: si bien deseaba mandarla a la ruina, destruirla. De hecho, la
idea-fuerza era aquella de hacer la revolución sin tomar el poder, la
revolución de los hábitos o mejor de las costumbres, come habría dicho
Leopardi. En el fondo, qué es pues el comunismo sino una buena vida, buenos
prácticas de vida?
Le temps revient.