BATAILLE, FEYDEAU Y DIOS
"Tal vez la narración contemporánea más hermosa se haya publicado en 1941, pese a que su autor, Pierre Angélique, ha permanecido desconocido. Aparecieron entonces cincuenta ejemplares; otros cincuenta en 1945: hoy un poco más. El título es Madame Edwarda..." Maurice Blanchot (N.R.F. julio 1956)
Marguerite Duras —QUIZÁ, como es costumbre, ¿podría decirme usted qué es lo que escribe en este momento?
Georges Bataille —Si usted quiere. Preparo dos cosas. Un prefacio para la reedición de Coupable. Y una obra sobre Nietzsche et le Communisme que será el tomo III de La Part maudite.
—¿El tomo II era L'Erotisme que acaba de aparecer en Ed. Minuit?
—Sí. Nietzsche
et le Communisme estará consagrado al tema de la soberanía. A lo que yo
llamo soberanía. A Nietzsche, a mi juicio, hay que excusarle un malentendido
que se desliza hacia el fascismo. Lo que justifica la actitud de Nietzsche es
la búsqueda del valor soberano. Si no se capta eso, si no se opone a su
búsqueda la búsqueda de los valores militares, los que se encuentran en el
mundo fascista, Nietzsche es incomprensible. La soberanía del hombre y el valor
militar se oponen. Por ejemplo, el comunismo quiere suprimir los valores
militares e imponer la soberanía del hombre, la de cada hombre que considera
como inalienable.
—Los valores militares tienen, a los ojos de los que los detentan, una soberanía, también ellos. ¿Cuál es, según usted, el criterio que separa estas dos soberanías?
—Es que los valores militares tienen una soberanía que no es auténticamente soberana, por cuanto tienen como ñn un resultado concreto. Si usted quiere, la actitud soberana es exactamente contraria a la del trabajo. En el trabajo, actuamos para conseguir una ventaja. Un viajante de comercio habla a ñn de vender su mercancía. Pero si tenemos una actitud soberana somos indiferentes a las consecuencias: no nos preocupamos de nada. Ahora bien, el militar, el jefe de un ejército, como en principio busca una ventaja política, está del lado del viajante de comercio. Hitler o Luis XIV estaban del lado del viajante de comercio. Nietzsche, por el contrario, se definió negándose a utilizar los cálculos como ventajas políticas. Para él, algo en la vida humana tenía el sentido de un fin soberano y no podía someterse a nada.
El uniforme y la servidumbre
—Pero, los soberanos, ¿han encarnado siempre en la historia el valor militar?
—Sí. Una sola reserva es posible. En el origen, de
un modo fundamental, la soberanía debió de ser distinta al poder militar. El
poder militar podía permitir atribuirse la soberanía, pero era distinto. De este
estado de cosas primero quedan numerosas huellas. Pero, por último, la fuerza
ha vencido, lo ha atropellado todo, y finalmente los soberanos han llevado
uniforme, como si hubieran tenido a bien dar prueba de su servilidad.
—Según usted, la soberanía no podría, pues, tener una apariencia exterior. Con todo, ¿no habría una apariencia exterior que respondiera a la soberanía?
—¿Por qué no? La de la vaca en un prado me parece
bastante ilustrativa.
—La soberanía del hombre que busca Nietzsche ¿coincidiría pues, en su opinión con la que busca el comunismo?
—Me parece que el comunismo coincide necesariamente
con la soberanía de la vida humana. Para el comunismo no puede existir ningún
principio que se eleve por encima de la vida humana. De todos modos, es preciso
dar a conocer que hay cierta alternativa comunista que, a pesar de la voluntad
de los que la siguen, conduce a la subordinación del individuo a algo que le
trasciende y que le aliena. Creo que mi opinión en este punto no puede chocar a
ningún comunista sin prejuicios.
—¿A qué subordinación alude usted?
—Con frecuencia, se tiene que ceder el paso a la
producción, al esfuerzo necesario para la satisfacción de las necesidades. Es
posible, en estas condiciones, trascender o alienar al individuo en favor de lo
que no es. Aunque no fuera más que restringiendo la satisfacción de sus
necesidades. Se restringen haciendo el esfuerzo necesario. Tengo que
precisarlo, pero comprendo en primer lugar las dificultades que han llevado a
los comunistas a adoptar a veces posturas chocantes.
—¿Cuál sería el resultado, en realidad, según usted, de la verdadera soberanía?
—Creo que desemboca en privaciones antes que en
privilegios. El propio Nietzsche imaginaba a veces un mundo socialista, en el
cual, los obreros podrían tener más derechos y más recursos que los
intelectuales.
—¿En un período intermedio durante el cual el acceso a la soberanía fuera más fácil para los intelectuales que para los que trabajan con las manos?
—Sí. E incluso, en último extremo, podemos imaginar
aún esta diferencia última entre el trabajador y el intelectual.
—¿Puede decirse de la soberanía, según Nietzsche, y según usted, que es una vía abierta y sin salida?
—Puede decirse que la única cosa posible en la
soberanía es que la imagen que nos hacemos de un hombre digno de ese nombre
pueda no ser limitada.
—¿Cuáles son, sin embargo, las vías de esta soberanía?
—En esta vía se encuentra en seguida a Dios. Pero
no es posible tener en cuenta a Dios cuya existencia está por encima de la de
uno mismo. Pero, Dios es de todos modos una indicación precisa de lo que hay
que realizar en uno mismo. Colocarse en la situación de Dios es una situación
tan penosa que ser Dios es el equivalente al suplicio. Pues esto supone que se
está de acuerdo con todo lo que existe, de acuerdo con lo peor. Ser Dios es
haber querido lo peor. No se puede imaginar que lo peor pudiera existir, si
Dios no lo hubiera querido. Es una idea agradable, como usted ve. Y Cómica. No
podemos pensar seriamente en Dios sin que nos asalte un sentimiento de lo
cómico tan profundo que podría excusarse al que no se diera cuenta de que es
cómico.
—¿Se ríe
usted?
—Sí. Si quiere, la idea que me hago de la presencia
de Dios es una idea no sólo alegre sino análoga a un vodevil con situaciones
del tipo Feydeau. ¿No se le ocurre nada de la obra de Feydeau que pudiera
ilustrar eso?
—Busco... no... ¿y a usted?
—Nada tampoco. Pero, sabe, generalmente prescindo
de imaginar las cosas concretas. Y, por otra parte, puedo reírme de Dios sin
pedirle que me haga las mismas faenas que los personajes de Feydeau.
El loco y el soberano
—¿Cuál es el obstáculo mayor en la búsqueda de la soberanía?
—Sin duda, la necesidad de aceptar la existencia
del otro y de respetarla completamente. En su conjunto, esta necesidad da un
sentimiento de satisfacción profunda. Pero no se puede ir nunca contra un
cambio de humor. Evidentemente, un cambio de humor no debe nunca ser teórico.
Un individuo víctima de su humor es un loco. En resumen, podría decirse que un
loco es la imagen perfecta del soberano. Pero, un hombre que comprendiera, que
la soberanía de un soberano es la locura, captaría todas las razones para no
comportarse como un loco.
—¿Pero no se puede desterrar el humor del alma humana?
—Desde luego que no. Si el hombre no debe
comportarse como un loco debe contribuir a la locura. Hablo de la contribución
que le suministran tradicionalmente el teatro y la literatura. Pero el humor,
lo repito, no debe volverse teórico. Nunca debe dirigirse, por ejemplo, contra
la igualdad entre los hombres.
—¿Sigo haciéndole preguntas por las buenas?
—Si usted quiere. Sigamos jugando a bolos por el gusto
de ver caer los bolos, sin regla. Adelante.
—A propósito, cuando usted escribe...
—Para mí, lo peor es no escribir a mi aire. Es
decir, que me resulta difícil escribir fijándome un camino.
—¿Hasta el momento en que usted se da cuenta de que en realidad lo que había escrito no era por las buenas?
—No. Hasta el momento en que no puedo hacer otra cosa que un libro.
—El hecho de que en 1957 emprenda usted, una revista sobre erotismo, ajena a toda consideración de actualidad, ¿tiene acaso algo que ver con una desesperanza, en la cual incluye usted el tiempo actual?
—De ningún modo. Hago una revista sobre erotismo, porque tiene un sentido después de la modificación radical que se ha producido desde hace unos años en la moral sexual.
—¿Ve usted adonde quiero llegar?
—Sí. Yo no soy un hombre que viva en la esperanza.
Nunca he comprendido cómo es posible suicidarse por falta de esperanza. Se
puede estar desesperado y no pensar ni un instante en suicidarse. No sólo se
contenta uno con la esperanza.
—¿Con qué otra cosa, por ejemplo?
—Con
comprender. Jamás he estado comprometido en la vida política. Lo que siempre me ha
importado es comprender. Pero, no tenía ningún deseo personal. Encontraba el
mundo indignante. Pero, nunca se me ha ocurrido encontrar una salida a este
mundo indignante.
—Creía que en el momento del Frente Popular, había entrevisto usted una salida a ese mundo indignante.
—Durante un tiempo muy breve, es cierto,
experimenté un fervor político. Pero pronto volvieron a rebasarme estas
cuestiones. Para ser comunista, debería poner una esperanza en el mundo.
Entendámonos: me falta la vocación de aquellos que se sienten responsables del
mundo. Hasta cierto punto, en el plano político, reclamo la irresponsabilidad
de los locos... No estoy tan loco, pero no asumo la responsabilidad del mundo,
en ningún sentido.
«No soy siquiera comunista»
—¿Puedo escribir, de todos modos, que el comunismo responde para usted a la exigencia común?
—Sí, puede hacerlo. Creo que las reivindicaciones obreras,
en la base, son tales que los burgueses no tienen nada que proponerles. Pero,
repito que, no soy ni siquiera comunista.
—¿Ni siquiera?
—Como no tengo esperanza alguna en este mundo y
vivo en el presente, no puedo preocuparme por lo que vendrá después.
—¿Se niega a ocuparse de ello en el lugar de los otros?
—Así es. Insisto que no siento la vocación.
—Perdone que me vea obligada a pedirle que me diga, como usted quiera, si a falta de deseo personal, de vocación, según dice, tiene usted un deseo de orden general.
—Pienso que el comunismo está en el orden de las cosas, que es deseable. Pero, la expresión banal de mi pensamiento falsea un poco ese deseo. Digamos que pienso casi lo que piensan los otros. Este «casi», procedente de alguien que intenta expresar su pensamiento con precisión, puede ser considerado como esencial.
*Entrevista de Duras a Bataille en France-Observateur N°396, 12 de diciembre de 1957