El arte de gobernar solo produce monstruos 2/3
2. DISEÑO DEMOCRÁTICO Y PODER MEDIOAMBIENTAL.
Una vez agotada la fórmula del gran encierro general de la
primavera de 2020, el gobierno francés intentó otros expedientes.
Se intentó el toque de queda. Después de todo, era una
"guerra". Encajaba con el tema del ejercicio.
Para hacerla más mordiente, se instauró la noche del 17 de
octubre.
Un 17 de octubre -como ese día de 1961 en que los argelinos que se
manifestaban contra el toque de queda dirigido contra ellos acabaron en el Sena
por centenares. Las fechas, son todo lo que recuerdan, los gobernantes, de sus
años de clases preparatorias.
Esta era muy osada. Seamos realistas.
Éramos aquella tarde unos cientos de personas, desafiando la nueva
medida de vejación, deambulando de la plaza del Châtelet hasta la estación del
Este. Redecorando a nuestro paso la fachada de una pequeña comisaria.
Éramos unos cientos de personas, de entre los millones de
habitantes con los que cuenta París, los que no gustábamos de la ironía de la
fecha.
Un vértigo.
Pero quizá sea la propia forma de la "manifestación" la
que ya no se adapte a la nueva época. Tal vez la nueva era exija formas más
sigilosas, por un lado, y más deslumbrantes, por otro. En nuestras pobres
bocas, mientras subíamos por la calle Saint-Denis, sólo quedaba una pobre
palabra de tres sílabas: "li-ber-té". Ciertamente, se podría
escribir: "La sola palabra 'libertad' es todo lo que todavía me exalta.
Creo que es capaz de sostener, indefinidamente, el viejo fanatismo humano.
(André Breton, Manifiesto del Surrealismo, 1924) Pero finalmente, después de la
"re-vo-lución" que mágicamente hizo arder los Campos Elíseos desde
tan lejos el 16 de marzo de 2019, sonó como una vuelta al mínimo político. Una
cosa es cantar la revolución que no se puede hacer. Otra para reivindicar una
noción tan etérea que puede colocarse en la entrada de las cárceles de la
República.
Lo que se nos hizo evidente en la primavera de 2020 -cuando nuestro
piso se convirtió en una celda con un paseo diario, una cantina en el
supermercado, patrullas de policías con bastones y las bombas de un convicto,
pero sin sala de visitas- es que nuestra falta de libertad no reside en que se
nos permita o no entrar y salir, sino en el estado de dependencia ilimitada en
que nos tiene esta sociedad. Bastó un chasquido de dedos, un cuarto de
pervertidos domiciliados en el Palacio del Elíseo declarando la
"guerra" para darnos cuenta de nuestra condición: vivíamos en una
trampa abierta desde hacía mucho tiempo, pero que podía cerrarse en cualquier
momento. El poder que nos retenía se encarnaba no tanto en los payasos
histéricos que pueblan la escena política para nuestra mayor distracción, sino
en la propia estructura de la metrópoli, en las redes de abastecimiento de las
que depende nuestra supervivencia, en el panóptico urbano, en todos los bichos
electrónicos que nos sirven y nos rodean, en definitiva: en la arquitectura de
nuestras vidas. Se trata de un entorno sobre el que no tenemos ningún control
real, que otros han diseñado para nosotros, y en el que estamos hechos como
ratas. Un urbanista alemán, originalmente diseñador socialista de las grandes
redes de infraestructuras americanas de la posguerra, escribió ya en los años
20: "La metrópolis aparece sobre
todo como una creación del capital todopoderoso, como un aspecto de su
anonimato, como una forma urbana con sus propios fundamentos psíquicos,
económicos y sociales colectivos que permiten el aislamiento simultáneo y la
amalgama más estrecha de sus habitantes. [La arquitectura de la metrópolis
depende esencialmente de la solución encontrada entre la célula elemental y el
organismo urbano en su conjunto. (Ludwig Hilberseimer, La arquitectura de
la metrópolis, 1927) Ahora duplicada con el ecosistema virtual que cada uno
lleva consigo, la metrópolis es este entorno total, este entorno de entornos,
donde todo es posible y nada lo es. La libertad formal del átomo humano se
mueve en el círculo concreto de posibilidades marcado por el entorno que se ha
construido a su alrededor, para él. Se detiene donde comienza su entorno. La
arquitectura de las opciones ofrecidas es imperativa - imperativa y silenciosa.
Una barrera en la autopista, una cámara de vigilancia o un banco antirreglamentario
son medidas cautelares implícitas. La única libertad que cuenta es la libertad
en la que nos encontramos. Es la libertad de hacer nuestro propio entorno, de
alterarlo, de configurarlo, es decir, de hacer que ya no sea un
"entorno", sino un entorno en el que no sólo encajamos, sino que
existimos.
Ni que decir tiene que esto no se puede hacer solo. Requiere
romper el aislamiento prescrito y recuperar el poder de acción inherente a
cualquier tejido humano vivo, en cualquier densidad de experiencia compartida.
La solución a la aporía del hombre y su entorno es una forma de
vida que haga desaparecer esta aporía.
Y aparece un mundo propio.
Vivimos en un mundo diseñado
en su integridad.
Un mundo concebido
de arriba a abajo, saturado de intencionalidades silenciosas.
Todos y cada uno de los rincones de la metrópoli, de los
cruces de calles, de los talleres, de los open
space lleva la huella no reconocida de los estudios de los que es la puesta
en ejecución y de sus estrategias sin apariencia.
Ya en 1889, el Congreso Internacional de la Vivienda Social
de París estipuló que "los planos de los edificios de apartamentos deben
diseñarse con la idea de evitar cualquier situación de encuentro entre los
inquilinos, y los rellanos y las escaleras a plena luz deben considerarse
extensiones de la vía pública".
La depresión crónica del propio metro está planificada.
"La publicidad se emplea para mantener el
descontento de las masas con su tipo de vida, y para hacerles insoportable la fealdad de las cosas que les rodean. Los
clientes satisfechos no resultan dar más beneficios que los
insatisfechos", proclamaba la revista publicitaria Printers' Ink en 1938.
Nada nuevo bajo el sol.
Hoy en día, todas las funciones de los teléfonos inteligentes
han sido diseñadas para activar nuestro circuito de recompensa de la dopamina,
todas las aplicaciones pretenden engancharnos
y, si es posible, engullirnos.
Hay un diseñador detrás de cada objeto inocente que
agarramos, detrás de cada detalle del urinario en el que orinamos, detrás de
cada luz en cada estantería a la que nos acercamos.
Hay incluso un diseñador detrás de los términos de la neolengua
que retomamos, y que están ahí para hacernos tragar alguna estafa. Las palabras
mismas han empezado a desfilar para quienes las fabrican.
Tanto es así que un poco de higiene existencial nos obligaría
a repetirnos cada día, a modo de antídoto: no, una cibercomunidad no es una
comunidad, una ciberamistad no es una amistad, un cibertrabajo no es un trabajo
y un cibermundo no es un mundo.
Debajo de cada detalle de nuestro entorno se esconden designios sin formular.
No se trata de paranoia -es marketing.
"CAPTology" (Computers As Persuasive
Technology) es el nombre que el fundador del "diseño comportamental"
dio a su ciencia para "cambiar los hábitos o los comportamientos de las
personas". Sus consejos y enseñanzas han inundado Silicon Valley desde
finales de los años 90.
Todo el arte de echar el anzuelo al usuario de los sistemas
informáticos interactivos consiste en construir un entorno que funcione como un
dispositivo de captura. "El
comportamiento humano es programable. Sólo hay que conocer el código. Aquí
presentamos el Diseño de Comportamiento: un marco de diseño para programar el
comportamiento humano". Así comienza el libro Digital Behavioral Design (2018) de T. Dalton Combs y Ramsay A.
Brown. La sensación de libertad soberana del usuario es el resultado de la
programación más refinada. En el diseño informático, esto se llama "diseño
emocional", "diseño de experiencias" o "diseño centrado en
el usuario". La omnipresencia en nuestras vidas de los teléfonos
inteligentes, las tabletas y otros objetos conectados ha sido pensada, por
supuesto. Fue a finales de los 80, en el Xerox PARC de Palo Alto, por un
ingeniero, Mark Weiser. Otros apostaban entonces por los primeros cascos de
realidad virtual para vender a cada cual su entorno ficticio ideal, Weiser,
prefirió informatizar el entorno existente. Esto le convierte en el padre de la
"informática ubicua". De eso trataba para él, el "ordenador del
siglo XXI": una sala de aspecto corriente, pero que contiene bajo sus
superficies ergonómicas cientos de sensores y controles que se comunican entre
sí -pantallas, altavoces, avisos de voz, programadores, alarmas, cámaras
integradas- todo un sensorium
electrónico. Es lógicamente, en palabras de Weiser, que Apple presentó en 2012 su
iPad: "Pensamos que la tecnología alcanza su grado más álgido
cuando se vuelve invisible, cuando ya no piensas en lo que estás haciendo."
Es un error considerar como dos compartimentos estancos el
diseño informático y el diseño físico. Estas dos disciplinas están
genealógicamente entrelazadas: fue un estudiante de la Escuela de Diseño de
Ulm, en Alemania -una escuela fundada bajo el mecenazgo de Walter Gropius, el
histórico director de la Bauhaus-, quien diseñó la Control Room de Salvador Allende, la habitación futurista cubierta
de pantallas, botones y joysticks que debía centralizar en tiempo real todos
los índices de producción sector por sector, todos los indicadores de
motivación de los obreros, toda la información sobre el tráfico rodado que le
devolvían los télex del proyecto socialista Cybersyn. El MIT Media Lab tiene su
origen en el MIT Architecture Machine Group, un grupo de jóvenes arquitectos
fundado en 1967. Pero sobre todo, se puede trazar una línea histórica continua
desde las ambiciones socialistas de la Bauhaus de Weimar hasta las exigencias
democráticas de los gigantes tecnológicos californianos. Las paradojas que manejan
y las imposibilidades que las animan van relacionadas. Designing freedom:
este es el título de double bind que el ingeniero jefe del proyecto Cybersyn
dio a una serie de intervenciones radiofónicas en Chile en 1973.
Es también la formulación de la insuperable contradicción
en la que se debate el poder ambiental de las sociedades tecnocráticas
contemporáneas.
Desde 1917 hasta finales de los años veinte, la cuestión
que animó a la vanguardia artística rusa en todos los ámbitos fue la de la
"reconstrucción socialista del modo de vida". Este es el tema de
"novi byt". Byt es una noción rusa tan elemental
como intraducible. Es la vida cotidiana, el lugar de toda redención y condena,
odiado y entrañable. Es la vida doméstica, la cultura material en
contraposición a la bytie, el ser, la
existencia espiritual. Byt designa de
manera inseparable la disposición de los lugares familiares y los hábitos que
uno se forma en ellos. Sería literalmente la "forma de vida" si byt no fuera también el verbo
"ser" en ruso, está claro. Se podría decir que toda la tragedia de la
vanguardia rusa, precipitada en el suicidio de Mayakovsky, reside en la
ambivalencia de esta noción. "La barca del amor se estrelló contra el byt", fueron sus últimas palabras.
Al igual que Google en la actualidad, aunque con intenciones diametralmente
opuestas, el constructivismo ruso quería "convertirse en la forma más
elevada de ingeniería de las formas de la vida en su conjunto". Con su
arquitectura, sus anuncios, sus poemas, sus pinturas, su teatro y todas sus realizaciones, colocadas al "frente
del modo de vida", pretendía trastocar el byt de las personas y, por
tanto, el conjunto de sus usos, costumbres, hábitos y creencias. Al configurar un
nuevo entorno, pretendía reformar la humanidad misma.
Al mismo tiempo, Walter Gropius presidía el Consejo
Obrero de las Artes de Berlín, que pretendía reunir todas las artes "bajo
el ala de una gran arquitectura que fuera asunto de todo el pueblo".
Veinte años después, Gropius, Mies van der Rohe, Hilberseimer & Co.
definían la marca de fábrica -el inconfundible "Estilo
Internacional"- de la arquitectura estadounidense de posguerra, que
desfiguró el mundo y diseñó la inhumanidad uniforme de las metrópolis mundiales.
Como escribió acertadamente Hilberseimer, "esto conducirá a una
arquitectura directa y liberada de toda reminiscencia romántica, en sintonía
con la vida cotidiana de hoy: no subjetiva e individualista, sino objetiva y
universal". Todo el urbanismo de la posguerra, con sus inexorables redes
de infraestructuras de electricidad, agua, tráfico y comunicación, con su
repetición geométrica -de una supuestamente igualdad democrática- de los mismos
bloques de hormigón de techo plano que sirven de "máquinas que habitar",
realiza a su manera el lema original de la Bauhaus "Arte y tecnología, ¡una
nueva unidad!". Ni que decir tiene que todo esto no está exento de una leve
redefinición de la democracia: "Por
democracia, entiendo la forma de vida que, sin identificación política, se extiende
lentamente por todo el mundo, asentada sobre los cimientos de la creciente
industrialización, del aumento de los servicios de comunicación e información,
y de una mayor admisión de las masas a la educación superior y al derecho de
voto". (Walter Gropius, Apolo en
democracia, 1968).
Definir el nuevo poder ambiental como fundamentalmente
democrático fue, por supuesto, la tarea del Committee for National Morale de
Gordon Allport, Margaret Mead y Gregory Bateson en 1940. Y aquí también la
Bauhaus tuvo algo que ver. Con el Committee for National Morale se buscaba una
alternativa a la propaganda autoritaria, -una forma de propaganda que no sólo fuera
democrática en su contenido, sino también
en su forma. Se planteaba la cuestión de qué tipo de ejercicio de
comunicación no reproduciría la sumisión unilateral de los receptores al
emisor. ¿Cómo escapar de los mensajes unidireccionales de una estación central
-ya sea en el micrófono de la radio, detrás de una cámara o en la mesa de montaje
y edición- que condiciona a los sujetos receptores pasivos, en serie,
robotizados y fanatizados? En otras palabras: ¿cómo hacer propaganda interactiva? Esto es una pregunta a la descendencia
sin precedentes. La respuesta del Committee for National Morale es: la
instalación artística multipantalla, la exposición inmersiva ofrecida por un
"campo de visión ampliado" en el que el espectador se mueve
libremente y es conquistado por un sentimiento de participación en el entorno
creado. Los primeros happenings son los descendientes directos de esta búsqueda
de una alternativa a la agresión del mensaje unidireccional de los poderes
autoritarios. La definición que dio su inventor, Allan Kaprow, en 1957, lo
refleja: "Un happening es un entorno exaltado en el que el movimiento y la
actividad se intensifican durante un periodo de tiempo limitado y en el que,
por regla general, la gente se reúne en un momento dado para una acción
dramática". El Committee no inventa nada: de hecho, se inspira en las
primeras exposiciones realizadas por ex alumnos alemanes de la Bauhaus en el
Museo de Arte Moderno de Nueva York, por lo demás fundado y financiado por los
Rockefeller. La retrospectiva de la Bauhaus de 1938, pero sobre todo las exposiciones
de propaganda de las cuales Herbert Bayer fue el designer en 1942, The Road to Victory o Airways to Peace,
inspiraron al Committe for National Morale a responder a la pregunta que le
ocupaba. Frente a esta novedad, que se ha convertido en algo tan convencional
para nosotros, los espectadores estadounidenses se sintieron al principio
desorientados por esta forma aparentemente caótica de presentar las obras, esta
visión de 360 grados en la que apenas se puede discernir, con unas pocas manos
dibujadas en las paredes, la dirección del recorrido, en la que cada persona
tiene que hacer su propia experiencia de la exposición. Los que lo concibieron,
por el contrario, se mostraron muy satisfechos con este perfecto compromiso
entre la libertad concedida a los visitantes -lejos de la embrutecedora
pasividad demostrativa de la propaganda totalitaria - y la flexible
direccionalidad contenida en la elección del trazado, las obras y los posibles
recorridos. Con esto aquí se esboza un continuum
perfecto entre la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, entre la lucha
contra los nazis y la lucha contra los soviéticos. La propaganda democrática, después
de la guerra, no va a dejar dar vueltas por todos lados en el mundo con sus
gigantescas exposiciones, cuyo modelo sigue siendo The Family of Man, la
exposición más visitada de todos los tiempos -desde 1955 hasta 1963, ofreció a
los espectadores de sesenta y ocho países la contemplación de sus quinientas
fotografías sin orden discernible. Estas exposiciones fueron generalmente
financiadas y planificadas, ya sean artísticas o comerciales, vanguardistas o
más consensuadas, por los servicios dedicados a la lucha anticomunista. La CIA,
como supimos hará unos años, también puede ser legítimamente instigadora del
éxito planetario del expresionismo abstracto. Durante veinte años, subvencionó
y promovió exposiciones de Pollock, Rothko y De Kooning, quienes nunca supieron
nada. Este diseño de entornos como respuesta democrática a la propaganda
totalitaria, el historiador de la comunicación Fred Turner lo llama "cerco
democrático". Evidentemente, al igual que Internet no ha abolido la radio
y la televisión, el cerco democrático no ha hecho más que redoblar la
propaganda dominante, presentándola no como un mensaje sino como un dispositivo.
Terry Winograd, un teórico del diseño informático mínimamente
honesto que fue profesor en Stanford de Larry Page, escribió a cuatro manos con
el antiguo ministro de Economía de Salvador Allende e iniciador del proyecto
Cybersyn, Fernando Flores, que se convirtió en un exitoso empresario en Estados
Unidos: "El diseño, en su sentido esencial, es del orden ontológico. Constituye
una intervención en el trasfondo de nuestra herencia cultural y nos empuja fuera
de los hábitos preestablecidas de nuestra vida, afectando profundamente a
nuestra manera de ser. El design, desde un punto de vista ontológico, es
necesariamente reflexivo y político, tanto en lo que respecta a la tradición
que nos ha formado como a las transformaciones que están por venir. (Terry
Winograd y Fernando Flores, Hacia la comprensión de la informática y la cognición, 1989) Design,
el éxito de la disciplina nos lo ha hecho olvidar un poco, significa en inglés
"proyecto, plan, designio, intención, objetivo", pero también "mala
intención, conspiración". To design
es esquematizar, simular, esbozar y proceder de manera estratégica. Un designer,
en su origen en el siglo XVII, es un pérfido complotista que tiende trampas.
Tener designs sobre el marido de una
amiga es tener puesta la vista en él, querer hacérselo. Un mundo integralmente diseñado
es un mundo totalmente malvado en su
procedimiento mismo -el de tener que ocultar siempre los propios designios para
verlos realizarse. Las grandes plataformas de Silicon Valley son la expresión
más realizada del poder ambiental y de sus paradojas democráticas. Han
conseguido conformar un entorno personalizado para cada persona, que ocupa el
lugar de un mundo. Lo único que les queda por hacer es modificarlo de forma
invisible para registrar el efecto que esto tiene sobre los usuarios y su modo
de comportarse. Detrás de las edificantes experimentaciones de Facebook para incitar
a los estadounidenses a ir a votar o para entender lo que les pone tristes,
está Cambridge Analytica, -que comienza con un contrato del Departamento de
Estado de los EE.UU. para estudiar las formas de reducir la influencia del Estado
Islámico en las redes sociales y acaba aplicando a los electores estadounidenses
las milagrosas técnicas de microtargeting
que la empresa ha desarrollado con la excusa del antiterrorismo.
Cada año, en virtud del design, la función de mantenimiento
del orden político de las grandes plataformas informáticas se vuelve más y más
desmesurada.
Paso a paso, se han alcanzado niveles de censura al
estilo chino.
Facebook abre la veda con los grupos de vacunados que
comparten sus testimonios sobre los efectos secundarios. En un documento
titulado "The Good Censor" y publicado en 2018, Google se propone
"luchar contra los malos comportamientos" para "conseguir tener
un internet abierto e inclusivo". La empresa se suma así a su oferta de
ayudar a las autoridades fiscales francesas a perseguir a los propietarios de
piscinas no declaradas aplicando un poco de inteligencia artificial a las
imágenes de satélite de Google Earth.
Es pues bajo la apariencia de design y de ingeniería que el
enemigo nos eleva un mundo a nuestras espaldas. Pocos lo reivindican, pero
algunos no lo ocultan. En política, por ejemplo, está Madsen Pirie, un
neoliberal inglés, o más bien escocés, y su think tank, el Instituto Adam
Smith. Los grandes enfrentamientos ideológicos y las batallas épicas de
Margaret Thatcher contra los mineros no eran de su agrado, para él que sin
embargo la asesoraba.
A esto, opuso la micropolítica.
No exactamente la de Foucault, Deleuze o Guattari. Más bien, la forma en que, a
largo plazo, se vence al enemigo de clase es aniquilándole con pequeños dispositivos
en apariencia, pero que metódicamente le van serruchando el suelo bajo sus
pies. Un ejemplo: en vez de suprimir el estatuto de los ferroviarios
asegurándose con ello una conflictualidad de grandes dimensiones, lo que se
puede es garantizárselo a los que ya lo tienen, y reclutar a los nuevos sobre diferentes
bases contractuales, así "se compra a las generaciones actuales instaurando
progresivamente el establecimiento de un nuevo sistema". (Madsen Pirie, Dismantling the State: Theory and Practice
of Privatisation, 1985) En vez de suprimir una profesión regulada como la
de los taxistas, basta con introducir un servicio que compita con ellos,
perfectamente precario, abusivo e inevitablemente mucho más barato, como es Uber.
Se pueden también ofrecer autobuses a los pobres como alternativa low cost a los trenes, cuyo personal
está fuertemente sindicado. Así, sin darse cuenta, simplemente buscando sacar
provecho, cada cliente participa entonces en el desmantelamiento de la
normativa. Mediante el uso de una aplicación inofensiva, vota neoliberal y
ejerce para ello la política más adecuada, en su más ínfima escala, pero
acumulativa. El micropolítico neoliberal
"no se concentra en la batalla de las ideas, sino en cuestiones de
ingeniería política. [...] Construye máquinas que funcionan [...] y modifican
las elecciones que toman las personas, alterando las circunstancias de esas
elecciones. [...] La mayoría de los éxitos de la micropolítica precedieron a la
aceptación general de las ideas en las que se fundamentaban. En muchos casos,
fue el éxito de estas políticas lo que llevó a la victoria de la idea y no al
revés".
(Madsen Pirie, Micropolitics: Creation of a Successful Policy, 1988) Además, no es tan seguro
que los grandes conflictos espectaculares no puedan servir de distracción para
la puesta en marcha simultánea de dispositivos micropolíticos tan formidables
como imperceptibles. Al gobierno de todas las cosas responde, pues, al
ejercicio de un poder esencialmente medioambiental. Un poder que establece el medio
y deja a los seres libres. Que "arquitectura sus elecciones" e interviene
únicamente sobre los cuerpos como último recurso. Que evita el desorden, evitando
dar órdenes.
Que ya no decreta la Ley, sino que emite normas. No se
puede negar que el ser humano siempre se ha relacionado con lo que le rodea. La
tradición hipocrática siempre ha visto en las circumfusa -las cosas que nos rodean- el factor determinante de la
salud y la enfermedad.
La famosa "teoría de los climas" del siglo
XVIII englobaba de hecho todos los aspectos materiales -aire, agua, lugares-
que influyen en la existencia de la tierra. Algunos pensaron, incluso, que los medios
tenían suficiente fuerza plástica para generar las especies animales que los
poblaban. La policía del Antiguo Régimen -esta "policía de todo"- se
aplicaba a todos los aspectos de la vida urbana, desde el alumbrado hasta el
suministro, desde la contaminación hasta la canalización del agua, desde los
precios del mercado hasta las cuestiones sanitarias. Era una policía medioambiental.
Pero ha hecho falta que el capital revolucione y rehaga a su gusto todas las
condiciones de la existencia material de los hombres -en particular ha hecho
falta que los urbanice en masa- para que el poder él mismo se convirtiera en ambiental.
Y que ve en la ingeniería de estas condiciones la esencia
de su tarea, su tarea democrática. Esto es lo que no ha dejado de hacer desde
1945.
La nueva soberanía del medio ambiente reclama la
soberanía de la policía.
El poder democrático se define implícitamente por este hecho que garantiza el habeas corpus a los
ciudadanos mientras se muevan sin
fricciones en el entorno, material y virtual. El ciberespacio está, al
igual que el espacio urbano, pensado para una circulación absolutamente libre y
absolutamente estructurada. Es igual de envolvente que vigilado. El carácter ambiental
del poder democrático se corresponde con el control directo de la policía sobre
el cuerpo de los infractores -los que crean perturbaciones, los que se
reagrupan, los que osan tocar el contexto. El soberano salvajismo de la policía
norteamericana estaba destinado fatalmente a imponerse en el resto del mundo, a
medida que avanzaba la democratización y metropolización universal.
Igual que en una autopista, donde el más mínimo suceso debe
ser despejado sin demora para evitar una cascada de otros sucesos, para asegurar
la fluidez del tráfico general y la regulación del sistema, corresponde a la
policía intervenir lo más rápidamente posible, por todos los medios eficaces,
para despejar la más mínima anomalía en el funcionamiento regular del entorno
metropolitano. Cualquier suceso, aquí, es concebido como un accidente. No debe volver a pasar nada. Nadie debe inmiscuirse
modificando o apropiándose de un contexto tan bien pensado. En este sentido, el
sujeto automovilístico es una suerte de ideal antropológico del ciudadano
contemporáneo. Porque si algo hay precisamente que debe atravesar todo recto el
entorno que se ha diseñado para ello, ese es el automovilista. Y si hay algo
que queda excluido, es que lo altere lo que sea, que haga otra cosa que
someterse tocando el claxon. El confinamiento del automovilista, incapaz de
comunicar con sus semejantes de otra manera que no sea con gesticulaciones
hostiles o cortesías temerosas, su aislamiento en su burbuja de acero y de plástico,
establece una especie de perfección humana para el poder gubernamental. Para
él, no hay reagrupamiento; sólo hay atascos. No en vano, desde Walter Lippmann
y Louis Rougier, la metáfora de la carretera ha constituido una especie de topos del imaginario neoliberal, que
nunca ha dejado de pensar en la acción política como esencialmente
medioambiental.
Mientras que el socialismo sería un régimen vial en el
que el Estado le dice a todo el mundo cuándo sacar su coche, dónde tiene que ir
y por dónde tiene que llegar, el liberalismo salvaje dejaría que los coches
circularan sin ninguna norma de tráfico, el "liberalismo constructor"
-o neoliberalismo- dejaría a todo el mundo ir por donde quisiera, pero haciendo
cumplir las normas de tráfico con el máximo rigor.
Los neoliberales no deben haber pisado nunca Nápoles,
donde todo está tan lleno de gente de todos modos, y donde hay tantos mundos
que la ciudad es ingobernable. En
Nápoles, uno de los lugares del mundo donde menos se respetan las normas de
tráfico, los accidentes son tan escasos como hábiles son los conductores. La
policía se mantiene a raya. Y esto no es ajeno.
El tono de evidencia con el que ahora se habla
constantemente de "ecosistemas digitales" o empresariales se hace eco
de la llamada ecología tan "humana" de la Society de Wolff-Mead y de los chantajes de la CIA de los años 50:
todo apunta a que sólo existe un entorno en el que el mundo está se nos escapa
por completo. Donde nos sigue siendo obstinadamente hostil.
Nada de lo que puedo conocer, nada de lo que puedo tocar,
nada de lo que puedo amar u odiar forma parte del "entorno". Al
contacto, todo entra en mi mundo.
El entorno es, como el horizonte, algo que retrocede a
medida que yo avanzo.
Esto supone una causa perfecta para la extrañeza reinante
–e incluso, una causa tan planetaria como puede ser la extrañeza.
Nunca tantos extraterrestres se habrán preocupado tanto
por esta naturaleza embarrada de la que huyen por todos los medios posibles y
que, en el fondo, les repugna.
Dejaremos que el mundo siga siendo devastado mientras
necesitemos del IPCC para conocer su estado actual.
Desde 1945, las causas por el medio ambiente, el planeta
o el clima no han cesado de propagar más extensamente la impotencia que dirigen.
La indignada denuncia de Our Plundered Planet, de
Fairfield Osborn, data de 1948.
Los que "destruyeron el medio ambiente"
empezaron por construirlo como un
problema insoluble.
El medio ambiente se volvió sagrado el día en que el
poder mismo se volvió ambiental.
En 1950, Norbert Wiener ya decía en Cibernética y Sociedad (The
Human Use of Human Beings: Cybernetics and Society):
"Hemos
modificado tan radicalmente nuestro entorno que debemos modificarnos para vivir
a escala de este nuevo entorno". Hay otro camino: no intentar salvar
el medio ambiente, sino empezar desde ya a desmantelarlo.
Porque debajo del medio ambiente, está el mundo.
___________
* Traducción del apartado 2 de El Arte de gobernar solo produce monstruos en el Manifeste conspirationniste (SEUIL 2022).