Introducción a "Cento fuochi: la lucha armada en el 77 italiano''.
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Dentro de la izquierda de clase, ya a finales de los años ochenta, se planteó el dilema de cómo encontrar una salida política al ciclo de luchas de la década anterior, un ciclo que para entonces había seguido su curso. En el ámbito más estrechamente vinculado al movimiento, la respuesta fue un silencio ensordecedor, ya que gran parte del mismo consideraba imposible hacer balance de la experiencia, especialmente de la lucha armada, hasta que todos los compañeros estuvieran fuera de prisión.
Por el contrario, en mi opinión, era necesario abordar la discusión desde el principio, para evitar que el silencio se tragara la riqueza de aquel ciclo de luchas, evitando así reforzar la posición de los inmediatamente comprometidos en remover la experiencia colectiva del movimiento revolucionario italiano de los años setenta en todas sus articulaciones: luchas, temáticas, subjetividades, puntos críticos.
Por un lado, el tratamiento de esa historia prevé la superación de ese ciclo, en particular declarando su fin; por otro, establece una clara demarcación con diversas formas de abjuración, negación, traición. En este sentido hago mías las palabras de un discutido documento de la época: "remarcar la distinción que nos separa de todos aquellos que han promovido o practicado el terreno regresivo de la disociación [1]. Respecto a la cual no cabe limitarse a una crítica superficial, ya que es necesario señalar el principio oscurantista en el que se basa. A saber, la negación sacrificial de la propia historia e identidad en función de la legitimación del supuesto vencedor".
En una sociedad tan compleja como la actual, nadie puede declararse vencedor absoluto ni verse perdedor, la dinámica de ese movimiento lo demuestra, basta pensar en las radicales transformaciones materiales y sociales que ha producido, en las contradicciones que ha sacado a la superficie, aún vivas o a la espera de resurgir con mayor fuerza.
Lo que hay que asumir es que ese momento histórico, ese movimiento, esa participación, son irrepetibles. Demasiadas cosas han cambiado (contexto internacional, organización del trabajo y composición relativa de las clases, etc.); esto no significa, sin embargo, que esa riqueza de subjetividad deba caer en el olvido sólo porque "perdió": no se trata de "desvincularse" del pasado y abrazar la causa de un vencedor que demuestra toda su inhumanidad. Lo que importa, en cambio, es historizar esa experiencia para captar por fin toda su riqueza, criticarla cuando proceda para superar sus limitaciones, proyectar un futuro mejor y dejar de ser reticentes en nombre de un pasado que ya no existe.
Volver la vista atrás a ese periodo significa comprender que la sociedad italiana de la época atravesaba múltiples convulsiones políticas internas e internacionales difíciles de interpretar y/o resolver, y una reestructuración económica cuyos resultados radicales ya estaban bastante claros dentro del movimiento revolucionario. Frente a esta crisis y a la incapacidad manifiesta del sistema político, heredero en gran parte del régimen fascista, para hacerle frente, crecía de forma abrumadora un movimiento revolucionario formado por trabajadores, jóvenes, mujeres, presos que exigían algo diferente, una sociedad más libre y más justa. La respuesta institucional fue dura y contundente, sin apertura alguna, utilizando todas las armas posibles para derrotar a aquellas insurgencias (masacres, intentos de golpe de Estado, P2, compromesso storico, ley Reale, emergencia terrorista y leyes de arrepentidos, gobiernos de unidad nacional, pactos sociales, represión en las manifestaciones, prisiones especiales, etc.).
La lucha armada forma parte de ese movimiento y, por tanto, comparte sus resultados, evidentemente también sus fracasos y retrocesos. Contar sus diferentes dinámicas es necesario si se quiere conocer e interpretar tanto la historia de ese movimiento como la historia italiana de la época.
1977 no es un año cualquiera para el movimiento revolucionario italiano. Cuando se escribe sobre 1977, es inevitable referirse sobre todo a lo que el movimiento fue capaz de poner en juego aquel año: una fuerza disruptiva para el conjunto de la sociedad italiana. Un verdadero movimiento que implicó a una parte sustancial de una generación, que se desarrolló en todo el país de forma increíble, que propuso tesis políticas que apoyaban la pertinencia del comunismo, de la posibilidad de superar rápidamente la esclavitud del trabajo asalariado dadas las posibilidades técnicas y la radicalidad y madurez de las necesidades proletarias. Un movimiento que puede interpretarse a través de cuatro claves: su continuidad/discontinuidad con el 68, la ruptura total con el PCI, la profunda relación entre violencia y movimiento y más concretamente entre movimiento de masas y lucha armada, la época del movimiento.
Un movimiento, sin embargo, no es un partido, por lo que las opciones políticas y organizativas para el cambio son múltiples, favorecidas también por una expansión territorial que diversifica los comportamientos y las opciones en función de las características del entorno (piénsese en las diferencias entre lo que ocurre en Bolonia frente a la experiencia del Véneto, cómo se desarrolla en Roma en lugar de en Milán). Un movimiento con una fuerte dialéctica interna, caracterizado por una fuerte agresividad, lo que está en juego es mucho, muchísimo. Pensamos en la conferencia de Bolonia contra la represión, en el enfrentamiento entre las dos grandes "almas" de ese movimiento: lo que queda de Lotta continua reunida en torno a su periódico y la Autonomia operaia. El enfrentamiento no sólo se justifica por un deseo de hegemonía política, es un enfrentamiento entre dos juicios sobre la lucha armada, Lc la rechaza y condena, el espacio Autonomía la exalta. Por un lado, continúa la hemorragia constante de militantes de Lucha Continua que se acercan a las organizaciones armadas, no reconociéndose ya en su línea "pacifista"; por otro, la clara demostración de adhesión a la lucha armada cuando, en el clímax de la disputa dialéctica en el interior del polideportivo boloñés, gritan en masa 10, 100, 1000 Brigadas Rojas [2].
La lucha armada en 1977. Una diferencia evidente entre el 68 y el 77 es la relación del movimiento con el uso de la violencia, que pasó de ser "simbólica" a "práctica". Ya en el 68, el debate sobre esta cuestión está presente en el movimiento, que pronto deja el pacifismo en un segundo plano al desplazar el razonamiento hacia el grado correcto de violencia que debe practicarse y su mejor forma. Todos los grupos extraparlamentarios ejercen alguna forma de violencia organizada, más o menos declarada, más o menos reivindicada, todos defienden la corrección de la violencia de masas pero también la violencia de vanguardia.
El movimiento del 77 no sólo evoca el uso de la violencia, sino que la pone en práctica de forma intensa y sobre todo masiva. Los servicios de orden público pasan a un segundo plano, el movimiento no sólo se defiende de la policía, de los fascistas, de los esquiroles, sino que ataca deliberadamente con la conciencia y la voluntad de hacerlo, de golpear todo lo que sea referible al poder. Sin duda, las armas de fuego en las marchas no son nada nuevo, ¡pero sí lo es su ostentosa exhibición y su uso frecuente!
En el movimiento revolucionario, la lucha armada se vive como una vía absolutamente interna y se lleva a cabo con la intención de superar la inevitable espontaneidad, generosa pero sin perspectivas reales.
1977 es el año del movimiento universitario, pero también es el año en que las Brigadas Rojas se consolidan (al año siguiente secuestran a Aldo Moro), la lucha armada se extiende, nacen nuevas organizaciones comunistas combatientes, la llamada "espontaneidad armada" está cada vez más extendida: una cifra sobre todo es el número de acciones armadas (los "atentados") referibles a la izquierda, que pasan de 263 en 1976 a 777 en 1977 [3].
La lucha armada como forma de acción política está en la agenda del movimiento del 77, se discute en cada asamblea, en cada colectivo. Esto debe quedar claro para no hacer aparecer ese movimiento como formado por los "buenos" pero contaminado por algún "lobo malo", operación que ya había tenido éxito con respecto al 68. Se podría objetar que allí donde el movimiento expresó sus picos más altos de conflictividad de masas (Bolonia y Roma, por ejemplo) las organizaciones armadas casi no actuaron, pero no podemos olvidar la enorme extensión de la "guerra de guerrillas generalizada" en esas mismas ciudades y el hecho de que en Roma se está constituyendo la columna local de las Brigadas Rojas con la aportación fundamental de militantes procedentes directamente del movimiento.
También es necesario disipar la leyenda de que el movimiento del 77 murió a causa de la lucha armada (que ya estaba bien establecida, un hecho que ciertamente no impidió la difusión del movimiento, al contrario, estimuló el debate) o a causa de la represión (la legislación especial nació con la ley Reale, promulgada en 1975 tras violentas manifestaciones masivas). En todo caso, los problemas de crecimiento del movimiento se debieron a su incapacidad para organizarse y a la imposibilidad de encontrar salidas para la enorme fuerza de masas expresada aquel año. Es precisamente como consecuencia de este impasse que muchos militantes optan por engrosar las filas de las organizaciones armadas, como muchos son los que abandonan el compromiso político, ciertamente no sólo por la acción represiva del poder o por la elevación del nivel del enfrentamiento impuesto por las BR con el secuestro de Moro.
Este libro pretende dar cuenta de la enorme complejidad del movimiento del 77 partiendo de un aspecto que lo caracterizó fuertemente, la lucha armada, con la conciencia de que es sólo uno de los temas del movimiento revolucionario. La lectura de este libro no puede eludir la amplitud de la historia; para ser completa, la obra necesita profundizar en el contexto, debe dar cuenta de la totalidad del fenómeno. El plan es continuar analizando la historia de ese periodo con otro texto que aborde los aspectos fundamentales del último "asalto al cielo" en el mundo occidental.
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Notas
[1] Téngase en cuenta que ha habido numerosas formas de disociación, algunas colectivas (piénsese en Prima linea y el Documento de los 51, por ejemplo), muchas otras individuales. Los grados de disociación son múltiples, están los que repudian toda la experiencia del movimiento revolucionario, los que condenan a las organizaciones combatientes, los que denuncian la lucha armada, los que piden perdón a las instituciones y a la sociedad contra las que luchaban y los que, sin embargo, reivindican una vía anticapitalista de liberación. Estas diferentes actitudes hacen que, a nivel judicial, haya quienes confirman de hecho las declaraciones de los "pentiti" [arrepentidos] y quienes, en cambio, apoyan una línea menos colaborativa. La frase citada se refiere a la disociación más drástica.
[2] Según Piero Bernocchi, "en el Palasport tuvo lugar la mayor manifestación de afinidad hacia las Brigadas Rojas y los grupos armados clandestinos que jamás haya habido en Italia". P. Bernocchi, Dal '77 in poi, Massari editore, Roma 1997, p. 59.
[3] M. Galleni, Informe sobre el terrorismo, Rizzoli, Milán 1981.
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