Breves apuntes sobre militancia, política y deserción

* El siguiente artículo apareció originalmente en la publicación nigredo con fecha de 3 de julio de 2024

1. No hay nada más común en los círculos militantes que la crítica de la militancia y las reflexiones sobre la "crisis de la militancia". Casi podría decirse que la admisión severa o desconsolada sobre la necesidad de superar la identidad del militante representa, para el propio militante, un homenaje obligado al espíritu de los tiempos. Como en todos los demás ámbitos, existe una dura alternativa entre la dependencia dialéctica del crítico con respecto a su objeto y la alteridad positiva de la separación. Desertar del campo de visibilidad de la autovalorización política significa cambiar de plano, estar en otra parte, hablar otro idioma a otros interlocutores. De la conciencia radical del suplemento, pues, a la invención de nuevas formas.

2. Las únicas ocasiones en las que tiene sentido abordar los fenómenos de la política "radical" contemporánea y el mundo del "movimiento" son aquellas en las que es necesario exponer sus solidaridades objetivas -por discurso, práctica o comportamiento- con respecto a los procesos de reestructuración y modernización del poder imperial. El objetivo de la enunciación reside, en ese caso, en los propios procesos de modernización gubernamental como dinámicas generales a tener en cuenta. En ningún caso, sin embargo, son los sujetos políticos implicados en estos pasajes -pasajes que hay que alinear y analizar sin descuento- un público objetivo al que dirigirse. La polémica seguiría siendo una confrontación, mejor ir más lejos. Esto no impide en absoluto tener en cuenta de forma concreta el estado de la cuestión y las fuerzas sobre el terreno, e intentar posicionarse estratégicamente frente a ellas. Dominar este diagrama de fuerzas significa actuar de lado o retroceder para tener un punto de vista más claro, razonar en perspectiva y ganar espacio para respirar: no atacar los restos de las formas políticas que queremos establecer, sino remover el suelo bajo sus pies, construir otro plan capaz de desbaratar por completo las reglas de un juego que se está volviendo completamente loco.
"[...] Creo que también hay que decir que la resistencia y las luchas en curso ya no tienen la misma forma. Ya no se trata de participar en estos juegos de poder, para que la libertad o los derechos de uno se respeten al máximo; estos juegos ya no se aceptan. Ya no se trata de enfrentamientos dentro de los juegos, sino de resistencia al juego y de rechazo del propio juego. Esto es lo que caracteriza a un buen número de luchas y batallas". (Foucault)

2b Para disipar cualquier malentendido: la idea de que hay que evitar decir las cosas claramente en virtud de consideraciones de conveniencia, además de ser terriblemente cobarde, sigue reflejando plenamente el mismo atolladero de subalternidad a las lógicas de la representación y la competencia política. Embotar la agudeza de una afirmación para no molestar, implica que se sigue asumiendo la misma esfera de diálogo, los mismos interlocutores y el mismo aire viciado. Pensar entonces que este bajo tacticismo se asemeja a una estrategia y que un pequeño juego de mímesis política sirve para ganar aliados, simpatizantes o incluso simplemente oídos para escuchar el propio mensaje, es una ilusión que se queda corta. Sólo articulando cuidadosamente aquellas afirmaciones que marcan una diferencia éticamente cualificada se puede encontrar a los amigos que merece la pena conocer, a los descontentos, a los impacientes, a los que no quieren contar historias. Decir que el ecologismo político es hoy un discurso gubernamental no es una forma de desahogar el propio resentimiento, sino de hablar a la sensibilidad de quienes ven claramente la naturaleza del problema y pretenden moverse en consecuencia.

3. Reformismo y radicalismo decaen juntos. Estas tendencias son poco más que dos marcadores del mismo callejón sin salida, y están perfectamente entrelazadas: no se puede oponer una a la otra sin consolidar el conjunto, como ocurre siempre con los dispositivos. A la crítica moralista del oportunismo político de las diversas siglas o colectividades del "movimiento", en nombre de una intransigencia en la reproducción de las mismas prácticas simbólicas o de un purismo autodestructivo, corresponde la astuta exhibición de una falta de escrúpulos tácticos sin una pizca de perspectiva. Ambos caminos no sólo están llenos de baches y sin salida, sino que están tan marcados por los pasos en falso que ocultan las direcciones para salir. Primero fue el Movimiento/Ahora?

4. ¿Abandonar el espacio público de la política para hacer qué? Intentemos no eludir la cuestión. Resumamos esta tarea, designada con términos como secesión, deserción o separación, en cuatro simples puntos: profundizar una posición, tejer vínculos, localizar una coherencia, contribuir a la potencia ofensiva de los momentos de revuelta. Estos cuatro puntos también pueden resumirse, indistintamente, como conspiración o construcción del partido. El partido no es una estructura, un sujeto o un aparato formal y públicamente accesible, sino una coordinación subterránea de formas y recursos sensibles que convergen en el plano conspirativo. El partido histórico, el partido de las formas sensibles que se convierten en intuición estratégica. La extensión hipertrófica del tejido biopolítico sobre todas las esferas y su repliegue sobre sí mismo hace que el poder sea un entorno y la resistencia una incógnita. Concebirse al frente de las futuras revoluciones como un cerebro teórico, una cabeza de puente política o una vanguardia ilustrada, es sencillamente ridículo: la tarea de los revolucionarios en esta época es poner en circulación las ideas, preparar los encuentros y posibilitar su combinación estratégica. Nigredo quiere aludir a la primera fase, negativa, de esta metamorfosis.
"El proletariado lleva ahora, en su existencia misma, el contenido inmediato de sus tareas y ya no necesita un partido formal. Sólo puede 'ser' como su partido histórico" (Bériou)

5. Profundizar en una posición. El espacio del pensamiento. En todos los núcleos resplandecientes del presente vemos una remodelación general de las formas establecidas y un declive de todas las coordenadas estables. No hay brújulas ni caminos marcados, especialmente en las recetas de la política revolucionaria. Hay que empezar por el vocabulario. La confusión del lenguaje hace que, como ocurre a menudo, categorías que en ciclos anteriores podían interceptar una determinación del conflicto, una vez que el enemigo ha transformado el campo de lucha se conviertan en herramientas del bando contrario, en vectores de pacificación. Hoy, la cara pública del mando la encarnan los mandatos moralizantes del progresismo -un progresismo miniaturizado en la culpabilización del sujeto y de su comportamiento cotidiano- en el frente medioambiental, cultural, identitario, expresivo. Ya no ley sino norma, no interdicción sino multiplicación general de las técnicas del yo, del cuidado, de la domesticación multifacética e individualizada. Esto significa que los gestos de insubordinación asumen a menudo la fachada instintiva del cinismo, de la derecha, de la reacción conservadora. El verdadero punk, hoy, defiende una esfera simbólica que ha interiorizado en su socialización anterior y que, de repente, la nueva síntesis social le arrebata. "La rebelión se ha desplazado a la derecha" es un mantra tranquilizador para ahorrarse la profundidad y alinearse con la normalización. La cuestión es comprender y narrar este nuevo rostro del poder, explicar las articulaciones internas a través de las cuales da forma y compromete lo imaginario, moldea el lenguaje de los sujetos, toca lo real. A través de las cuales, en otras palabras, fabrica el alma.

"Quien se atreve a emprender la organización de un pueblo debe sentirse capaz de mutar, por así decirlo, la naturaleza humana, de transformar cada individuo, que en sí mismo es un todo perfecto y autónomo, en una parte de un todo mayor, del que este individuo recibe de algún modo la vida y el ser" (Rousseau).
La civilización capitalista que comenzó con la formación de un complejo científico, militar e industrial, trastocando de raíz todos los fundamentos de las formas de vida anteriores, ha alcanzado un umbral absoluto de culminación: hay una línea de continuidad que pasa de la afirmación de la razón calculadora como desaparición de la experiencia, anuda la estadística, el american way of life, la energía nuclear y la industria del entretenimiento, sin olvidar el darwinismo social, la serialización del asesinato en los conflictos mundiales y llegando a las redes algorítmicas que median nuestras relaciones.
Estos puntos son etapas de un proceso continuo de valorización infinita y de afirmación de ese enorme experimento metafísico que puede llamarse ciencia, capital, Occidente. Captar el cruce de este umbral, que es el desastre permanente de una civilización en la que todo espacio residual se vuelca y se exprime hasta el límite para extraer la última brizna residual de economía, publicidad y autovalorización, significa disponernos a un trabajo básico de replanteamiento de nuestro lenguaje. Ninguna de las palabras centrales de nuestro vocabulario puede quedar intacta: revolución y comunidad, política e historia, ya no significan lo mismo. Una revolución que no abre los caminos desconocidos de la emancipación en el progreso lineal o cíclico de la historia, sino que vuelve en un movimiento en espiral al origen recurrente que ha maldecido los instrumentos de la acción política, para finalmente desecharlo, ¿sigue siendo una variante de lo que hasta ahora hemos llamado revolución? ¿Una política que es un llamarse a sí mismo fuera de la polis, construyendo una intensa ajenidad al modo de vida que nos domina y a las armas con las que se fabrican técnicamente nuestras almas, se corresponde con lo que hemos conocido como militancia? ¿Y qué pasa con la comunidad, a la que Landauer votó su Alianza Socialista hace más de un siglo? ¿Qué hacer con ella en el mundo de lo digital y de la energía nuclear de nueva generación?
Esa alquimia de nuevas formas y conspiraciones que vemos agitarse en los no movimientos del presente, entre lenguajes conspirativos, "subjetividades diagonales" * y narrativas alternativas, es un reservorio de fuerzas vivas para la construcción de una intensidad política contra la política. Y no se trata de un juego de palabras: adquirir una intensidad política -apegándonos sólo al adjetivo- significa cruzar una línea ante la cual las fuerzas son tenues y dispersas, significa darles consistencia y método. Significa hacer una apuesta. Esto, sin embargo, pasa por la definición de un imaginario -que es lo que hoy está más ausente, una vez disueltas las representaciones, incluso ideológicas, de la política revolucionaria. Un imaginario es una cosmovisión que pasa por la capacidad de asimilar la experiencia y compartirla, no un discurso o una propuesta. La clarificación en el pensamiento consiste en dar forma a este imaginario de lo que es una vida deseable y hacer, a partir de esta base, encuentros. Superar la confusión sobre la forma de vida que queremos es el punto de partida.

6. Tejer lazos. Estamos en una época de encuentros imprevisibles y complicidades insospechadas que hay que buscar en el desierto. Conspirar no es una sugerencia poética, sino práctica. Los disidentes potenciales no siempre van por ahí con una placa, es cuestión de seguirles la pista. Sin embargo, esta evocación del encuentro y la conexión no puede ser un passe-partout para eludir las cuestiones del horizonte revolucionario. El duelo dejado por los programas del movimiento obrero radical debe ser trabajado hasta el final: reconducir la propuesta política a la dimensión ética de la que emerge no significa renunciar al umbral más allá del cual los gestos éticos adquieren intensidad y potencia políticas. Los lazos deben reunirse en torno a una verdad que no puede estar hecha sólo de preguntas, que debe recoger en la experiencia lo que queda, que alimenta una posición. Ciertamente, la falta de opciones creíbles dada por los legados políticos, por las síntesis ideológicas del pasado, la ruptura con la continuidad de las tradiciones, nos deja perdidos. Pero lo que refuerza el desconcierto es sobre todo la ausencia de un campo de verificación en el que puedan ordenarse las experiencias. Ahora bien, el comunismo pertenece a la experiencia, a las relaciones, a los encuentros, es una dimensión fundamental y primaria que prescinde de toda voluntad organizativa, mientras que la revolución no, es el producto de un esfuerzo estratégico. ¿Hasta dónde se puede retroceder en el sondeo de las brújulas de orientación? El referente para poner a prueba las estrategias solían ser los conflictos, pero ¿a qué referirse una vez que se cuestiona el significado de la propia esfera política? ¿Una vez que se cuestionan las ideas de revolución y victoria? Tejer los vínculos significa cultivar el comunismo manteniendo la idea de revolución en el estatuto de hipótesis provisionalmente inoperante. En consecuencia: una perspectiva destituyente debe repensar y no descartar el paso estrecho de la revolución -volveremos sobre ello- y los polos comunismo y revolución no deben disociarse definitivamente. Al contrario, el presente es de comunismo a nivel conspirativo, sumergido; pero así como a la fase conspirativa del movimiento obrero sucedió, a través de la historia blanquista y protocomunista de las sectas dispersas, el renacimiento político en la continuidad del partido histórico, nuevos ciclos revolucionarios se abrirán más allá de la persistencia de cualquier estructura formal. Mientras tanto, en la medida en que la época lo permita, la visión de conjunto debe mantenerse, incluso unilateralmente o en fragmentos.

7. Localizar una coherencia. El plano en el que se sitúa el pulverizado "nosotros" de los revolucionarios es, si cabe, aún más atrasado que en los demás. Es la cuestión no resuelta de la autonomía, abordada al margen de las simplificaciones ideológicas del repliegue intersticial, que en el furor del formalismo reformista se convierten en moneda corriente: la revolución es una fuerza, escribió Montaldi, no una forma. El refuerzo de las estructuras materiales que permiten una relativa independencia de los recursos del enemigo, en el espacio localizado por el tejido organizativo del conflicto, hace posible escapar al imperativo de la urgencia y tomarse un respiro. En consecuencia, la construcción de tales recursos no tiene ningún valor moral: no hay una escala de subsistencia ni prácticas de reproducción material que se ordenen en radicalidad, pureza o autonomía crecientes, sino la relatividad de estos recursos a un sitio en el que son útiles y poderosos, en el que abren un espacio-tiempo. Que estos espacios de refuerzo ético y técnico, de circulación de medios y saberes, conciernan a las competencias operativas o al ejercicio del estudio, no es directamente pertinente: en todos los ámbitos, la posibilidad de una marginalidad estratégica respecto a las instituciones existentes es cada vez más devorada por las limitaciones prácticas e ideológicas que las dominan. Cada vez es más necesario organizarse al margen y junto a los aparatos que ordenan nuestra vida colectiva, de los que dependemos para nuestras actividades cotidianas, precisamente porque son cada vez más asfixiantes. Este orden de actividades, una vez más, puede remontarse a la experiencia del comunismo. Y de nuevo surge la dialéctica entre el plano ético del byt, de la forma de vida, y el del horizonte revolucionario. De nuevo, contrariamente a lo que se ha escrito en los últimos años, incluso desde orillas vecinas, la operación de divorciar comunismo y revolución, juego ético y poder político, es un experimento que corre el riesgo de ser desastroso. No porque no sea cierto que el mito hegemónico de la Revolución moderna haya arrojado una sombra corrosiva sobre la realidad vital de las consistencias locales y la multiplicidad de comunismos minoritarios, tanto inmediatos como cismáticos, que han atravesado la historia de los movimientos revolucionarios, sino porque la relación entre estos dos aspectos es más complicada que un par oposicional, incluso dialéctico. Dos puntos:

a. La definición de la revolución como algo universal, progresivo y legitimado por un corte epocal en el curso de la historia, se produce al mismo tiempo que se codifica esta categoría -desde el anterior significado cósmico-circular que se remonta a Grecia- desligándola del conjunto más amplio de prácticas de derrocamiento violento: insurrecciones, revueltas, guerras civiles, furia campesina. A medida que la Revolución se convierte, en palabras del duque de Liancourt dirigiéndose a Luis XVI, en algo más que gestos revolucionarios, se convierte también en un origen, en un operador de legitimación histórica. Pero, ¿ha correspondido alguna vez este operador a la realidad de las revoluciones? Enfriar el objeto revolucionario, pues, no es abandonarlo, sino deconstruirlo.

b. Como dice Reiner Schürmann en sus páginas sobre la deconstrucción de lo político, recogiendo las referencias de Hannah Arendt a la criminal ceguera política de Heidegger como suplemento, los momentos históricos en los que se produce una desterritorialización provisional del campo político, una suspensión del archè del principio como origen y mando, son episodios oportunos como la Comuna de 1871, el auge de las sociedades populares francesas entre 1789 y 1793, las comunidades autogobernadas en la primera fase de los Estados Unidos, el comunalismo rastreable tempranamente en los Hermanos del Espíritu Libre. ¿Qué son estos acontecimientos sino ejemplos de acción revolucionaria? ¿Qué los diferencia de la revolución como hegemonía? Schürmann dice que la acción política se deconstruye devolviéndola a su lugar de presencia, impidiendo que se solidifique como un presente perennizado por la estructura legitimadora del fundamento, universalizándose.
8. Contribuir a la ofensiva. Se pueden gastar interminables discursos explicándonos que las revueltas corren el riesgo de convertirse en otra contradicción central, que toda práctica equivale en el plano horizontal posmoderno a gestos éticos singulares. No nos importa. Hay prácticas y gestos que permiten superar un nivel de intensidad efectiva, y que ponen a todos los demás en un plano diferente. No todos los frentes de confrontación, no todos los conflictos pueden abordarse como un muro de goma contra el que estrellarse. Serán, sin embargo, los nuevos levantamientos del futuro, de los próximos años, los que clarifiquen el panorama, den forma a los balbuceos y compongan los esfuerzos aislados en una estrategia. Por algún sitio hay que empezar y ésta, apostamos, es una base firme.

* Término utilizado por varias voces, entre ellas recientemente Naomi Klein, para entender el modo en que el conspiracionismo rechaza las imposiciones del sujeto digital asumiendo su sombra, es decir, la identificación sucedánea de soluciones y explicaciones alternativas que se apartan de la racionalidad crítica y emancipadora. Ni que decir tiene: punto de vista completamente equivocado.



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