Rechazo incondicional, Mascolo
Respondía así a las objeciones de un amigo. Te dije que nuestro compromiso, fracasado o no, con o sin trascendencia, tendría en cualquier caso un significado: el de un rechazo incondicional. Y así será. En medio de la multitud pensante que se desboca con guisantes asustados, como en las plazas históricas por las que se disparan ráfagas de tiros -permitiendo que la estampida continúe, pero no sin fotografiarla a su paso-; permitiendo que los síes se empujen a las puertas de los palacios y que los pequeños mítines avergonzados rocen los muros hacia las entradas de los despachos, en medio de estos movimientos diversos, de estas agitaciones, de estos desplazamientos y huidas, era importante pronunciar este no con la mayor firmeza posible. Punto fijo. Es sobre la base de esta negación ciega, con los ojos cerrados, porque no hay nada que ver que no sepamos ya, nada nuevo que ver aparte de algunas solicitaciones innobles o simplemente distractoras, que pretendemos basar aquí nuestra reflexión.
Nuestra actitud es y debe seguir siendo la del rechazo incondicional, equidistante de las actitudes de la necedad, que persiste en buscar apoyo o sólo algún consuelo en esperanzas largamente podridas, y de las actitudes de la desesperación absoluta, que se niega a emprender nada y renuncia así al derecho puro y simple de abrir la boca. Puede que sea necesario tener esperanza para emprender algo, al menos si no se es un profesional de la acción. Desde luego, no es necesaria la esperanza para intentar comprender, y menos aún para encontrar la fuerza de decir: no puedo, nunca podré aceptar esto. Non possumus. Esta imposibilidad, o impotencia, es nuestra fuerza. Por eso es difícil imaginar qué podría superarla. Somos impotentes. Y tanto menos inclinados a permanecer en silencio. Aunque el derecho a la palabra esté a punto de sernos arrebatado, aunque algunos crean que ya se ha vuelto imposible hablar en la situación actual, un mundo sin sentido, todas las perspectivas clásicas desfasadas, aún disponemos de los medios para hacer valer el derecho a la palabra, contra viento y marea, y demostrar que es posible.
Así que todas sus objeciones nos benefician. Sí, tienes razón al decir que estamos contra viento y marea. Tienes razón al decir que las perspectivas clásicas que nos han enseñado a adoptar están anticuadas. También tienes razón al decir que estamos en una situación imposible. Y tienes razón al decir que la peor miseria sería sacar charlas impotentes de esta situación imposible.
Nuestra situación es tal (dice usted) que ahora tenemos que elegir entre esta cháchara excepcional y aceptar que tenemos que hacerle frente por todos lados. Pues muy bien. Esta situación no es tan inconveniente. Es sencilla, o nos reduce a la sencillez. Que nuestra primera palabra, la más fuerte y la más débil, la más lúcida y la más inocente, la más voluntaria y la más injustificable, que nuestra primera y nuestra última palabra sea NO. Haremos que diga lo que significa: nuestra irreductible falta de esperanza, nuestra perfecta indigencia y nuestro redescubierto poder.
Hablar de esta manera, responder que no, y dar razones para esta negativa, es como negarse a hablar - me refiero a negarse a hablar bajo interrogatorio, y, si se permite que siga adelante, bajo tortura. Este es el sentido de la negativa desde la que aceptamos hablar. Este es el margen dentro del cual nos sentimos obligados a hacerlo. "Sólo debemos hablar cuando no tenemos derecho a guardar silencio1. Este pensamiento, al menos, debería impedirnos callar y parlotear.
No importa si esta actitud se juzga poco realista, ineficaz, idealista, puramente negativa, utópica o impotente, pretenciosa o miserable. Que sea inconveniente, de nuevo, ni siquiera es seguro. No tenemos elección. Estamos entre la espada y la pared. Un nuevo comienzo, en estas condiciones, no requiere heroísmo, ni siquiera un valor excepcional. Basta con un poco de rigor. ¿Y por qué no aprovechar las circunstancias que nos obligan a ello para mostrar un poco de rigor? Más bien, alegrémonos de vernos obligados a hacerlo. Contra viento y marea, esto no es soledad. Es una forma de estar juntos, con los demás. Estamos menos solos que nunca.