PREFACIO A L’APRES-MAI DES FAUNES
Prefacios: nadie se libra de ellos, ni el autor del libro, ni el editor, ni el autor del prefacio -la auténtica víctima-, aunque no haya necesidad algu na de prefacios. Es una gaya obra, ffabría podido llamarse: «Dudas acerca de la existencia de la homosexualidad», o «Nadie puede decir “st^iy homo sexual”», firmado: Hocquenghem. ¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿Hay una evolución personal, señalada en la .sucesión y el tono diverso de los textos de este libro? ¿Una revolución colectiva ligada a un trabajo de grupo, a una transformación del FHAR? Evidentemente, no es por sus cambios, por su convertirse en homosexual, por ejemplo, por lo que Guy Hocquenghem tie ne dudas sobre la validez de las nociones y las declaraciones, i En la medida en que permanece homosexual for ever, y lo es cada vez más y cada vez mejor, puede decir: «Pero, después de todo, nadie lo es». Lo que vale mil veces más que la afirmación lisa y llana de que todo el mundo lo es, o lo sería, de manera inconsciente y latente. Guy Hocquenghem no habla de evolución ni de revolución, sino de volutas. Imaginemos una espiral móvil: Hocquenghem estaría en ella a varios niveles al mismo tiempo, en varias curvas a la vez, ora con su moto, ora colgado, ora sodomizado o sodomi ta, ora travesti. En uno de los niveles puede decir: sí, soy homosexual, en otro nivel ya no lo es, y en otrcr distinto es algo diferente. Este libro no es la repetición del anterior, El deseo homosexual,'’ sino que lo distribuye, lo moviliza de otra manera, lo transforma.
Primera voluta. Contra el psicoanálisis, contra las interpretaciones y re ducciones psicoanalíticas: la homosexualidad vista como relación con el pa dre, con la madre, con Edipo; Hocquenghem no tiene nada en contra, incluso le escribe una carta a la madie. Pero no funciona. El psicoanálisis nunca ha soportado el de.seo. Siempre tiene que reducirlo y hacerle decir otra cosa. Entre las páginas más ridiculas de Freud están las referidas a la <K un deseo tan extraño y sorprendente no puede tener ningún valor por ,sí mis mo, hay que relacionarlo con la ubre de las vacas, y a través de ella con el seno materno. Nada como el placer de succionar la ubre de una vaca. In terpretar, regresar, hacer regresar. Hocquenghem se ríe de ello. Quizá haya una homosexualidad edipica, una homosexualidad-mamá, culpabilidad, pa ranoia, todo lo que se quiera. Pero precisamente es una homosexualidad pesada como el plomo, la,strada por lo que oculta y quiere ocultar el con sejo concertado del psicoanalista y la familia: no se mantiene en la espiral, no soporta la prueba de la ligereza y la movilidad. A Hocquenghem le bas ta con plantear la especificidad y la irreductibilidad de un deseo homose xual, flujo sin destino ni origen, experimentación y no interpretación. Nadie es homosexual en función de su pasado, sino de su presente, toda vez que la infancia era ya un presente que no remitía a pasado alguno. Pues el deseo nunca representa nada, no remite a otra cosa anterior, a una escena teatral familiar o privada. El deseo compone, maquina, establece conexio nes. Sea el hermoso texto de Hocquenghem sobre las motos: la moto es un sexo. ¿No será que el homosexual no es aquel que apunta al mismo sexo, sino el que descubre innumerables sexos de los que no teníamos ni idea? Pero, de entrada, Hocquenghem se esfuerza por definir este deseo homo sexual específico, irreductible, y no mediante una interioridad regresiva, sino por krs caracteres actuales de un Exterior, de una relación con el Exterior: el movimiento particular del ligue, el modo de encuentro, la estmctura «anu lar», la intercambiabilidad y la movilidad de los roles, una cierta traición (¿el «complot contra la propia dase» del cjue hablaba Klossowski?: «Nos dijercrn que éramos hombres, perct nos tratan como a mujeres; sí, para nuestros ad versarios somos traidores, hipócritas, de mala fe: sí, en toda situación so cial, en cualquier momento, podemos dejar a los hombres en mal lugar, somos malt]uedas y orgullosos»).
Segunda voluta: la homosexualidad no es producción de deseo sin ser al mismo tiempo fcrrmación de enunciados. Porcjue producir deseo y formar enunciados son una sola y la misma cosa. Es evidente que Hocquenghem no habla como Gide, ni como Proust, y aún menos como Peyrefitte, pero el estilo es la política -y también lo son las diferencias de generación, las maneras de decir «yo» (nótese el abismo de diferencias entre Burroughs padre y Burroughs hijo cuando dicen «yo» y hablan de la droga)-. Otro estilo, otra política: la importancia de Tony Ouvert en nuestros días, un tono nue vo. Desde el fondo de este nuevo estilo la homosexualidad produce hoy enunciados que no se refieren, ni deben referirse, a la propia homosexua lidad. Si se tratase de decir «todos los hombres son maricas» no tendría in terés alguno, ésa es una proposición nula que sólo los débiles encuentran divertida. Pero la posición marginal del horntcsexual hace posible y nece sario que tenga otras cosas que decir sobre lo que no es la homosexualidad: «Gcin los movimientos homosexuales, se pone de manifiesto el conjunto de los problemas .sexuales de lo.s hombres». Para Hocquenghem, los enuncia dos homosexuales pertenecen a dos categorías complementarias. En prin cipio, se refieren a la sexualidad en general: lejos de ser falocrático, el homosexual denuncia que en la esclavización de las mujeres y en el rechazo de la homosexualidad se da el mismo fenómeno que con.stituye el falocen- trismo. Éste procede, desde luego, indirectamente y formando el modelo heterosexual de nuestras sociedades, fija la sexualidad de los chicos a la de las chicas, a las que convierte a la vez en primeras perseguidoras y primeras perseguidas. De ahí que exi.sta una complicidad misteriosa entre las chicas a quienes les gustan las chicas y los chicos que prefieren a los chicos, en tre los chicos a cpiienes les gustan las mertos más que las chicas y las chicas que prefieren..., etcétera; lo importante es no introducir una relación sim bólica o seudo-significante en estas conspiraciones y complicidades («un movimiento como el FHAR está íntimamente ligado a los mervimientos eco logistas... aunque esto resulte inexpresable en la lógica política«). De ahí, también, la segunda clase de enunciados, que remite al campo social en ge neral y a la presencia de la sexualidad en ese campo en su totalidad: al es capar del modelo heterosexual, tanto de su localización en un tipo de relaciones como de su difusiétn por todos los lugares de la sfx'iedad, la ho mosexualidad es capaz de construir una micropolítica del deseo y de servir como revelador o detector del conjunto de las relaciones de fuerza a las cuales la sociedad somete la sexualidad (incluyendo la homosexualidad más o menos latente que impregna los grupos viriles militares o fascistas). La homosexualidad no se libera rompiendo toda relación de fuerza sino por que, al ser marginal, carece de toda utilidad social: «Las relacitmes de fuer za ya no e.stán inscritas por la sociedad en el punto de partida, los papeles masculino y femenino, activo-pasivo, amo-esclavo, son inestables y rever sibles en todo momento».
Tercera voluta. Nos imaginábamos a Hoccpienghem a punto de estable cerse, de hacerse su hueco en los márgenes. Pero qué es este margen? Qué son esta especificidad del deseo homosexual y estos contra-enunciados de la homosexualidad? Otro Hocquenghem, en otro nivel de la espiral, de nuncia que la homosexualidad no es más que una palabra. Nominalismo de la homosexualidad. En verdad, las palabras no tienen poder alguno, sal vo cuando están al servicio del poder: el lenguaje no es información o co municación sino prescripción, ordeno y mando. Te quedarás en los márgenes. Lo central es la causa de lo marginal. «Esta separación abstracta del deseo que permite dirigir incluso a quienes escapan de ella, esta legalización de lo que está fuera de la ley. La categoría en cuestión, y la propia palabra, son una invención relativamente reciente. El creciente imperialismo de una so ciedad que quiere dar un estatuto social a todo lo inclasificable ha creadcr esta particularización del desequilibrio... Separar para dirigir mejor, el pen samiento seudocientífico de la psiquiatría ha transformado la intolerancia bárbara en una intolerancia civilizada». Pero pasa algo extraño: cuanto más es la homosexualidad una palabra y menos un estado de cosas, más hay que tomársela al pie de la letra, asumir su posición como específica y sus enunciados como irreductibles, y hacer como si... Para aceptar el desafío. Casi como un deber. Como un momento dialécticamente necesario. Como transición y como progreso. Ya que así lo queréis, nos haremos las locas. Nos libraremos de vuestras trampas. Os tomaremos al pie de la letra: «Ha cer la vergüenza más vergonzosa constituye un progreso. Reivindicamos nue.stra feminidad, la que incluso las mujeres rechazan, al mismo tiempo que declaramos que estos roles no tienen sentido alguno... La forma con creta de esta lucha, a la que no podemos escapar, pasa por la homosexua lidad». Una máscara más, una traición más, Hocquenghem se descubre hegeliano -el momento necesario que hay que atravesar-, Hocquenghem se redescubre marxista: el maricón como proletario del Eros («precisamen te por vivir aceptando una situación particularísima, lo que piensa tiene un valor universal»). El lector no deja de asombrarse. ¿Un homenaje a la dia léctica en la Ecole normale supérieure^ ¿Homo-hegelianismo marxista? Pero Hocquenghem ya ha ido más allá, a otro ámbito de la espiral, y dice lo que le pasa por la cabeza o le sale del alma, que no es separable de una suerte de evolución. ¿Quién de nosotros no ha tenido que matar en su interior a Hegel y a Marx y la infame dialéctica?
Cuarta voluta, última figura de la danza por el momento, última traición. Hay que reparar en la secuencia de los textos de Hocquenghem, en su po sición con respecto al FHAR como grupo específico, en las relaciones con el MLR Y hay que aceptar la idea de que el hecho de que los grupos aca ben por e.stallar no tiene nada de trágico. Lejos de cerrarse en torno a «kr mismo», la homosexualidad se abre a toda clase de nuevas relaciones posibles, micrológicas o microfísicas, esencialmente reversibles, transversales, con tantos sexos como componendas puedan existir, sin excluir nuevos tipos de relaciones entre hombres y mujeres: la movilidad de ciertas rela ciones SM, las potencias del travestismo, las treinta y seis mil formas de amor al estilo de Fourier o los n-sexos (ni uno ni dos). No se trata ya de ser hom bre o mujer sino de inventar sexos, aunque un homosexual masculino pue de encontrar en una mujer los placeres que podría darle un varón, y viceversa (Proust contraponía ya la homosexualidad excluyente de lo Mismo a esta homosexualidad más múltiple y «localizada» que incluye todo tipo de co municaciones transversales, incluso con flores y bicicletas). En un bello pa saje sobre el travestismo, Hocquenghem habla de una transmutación de un orden a otro, como en un continuum intensivo de sustancias: «No hay in termediario entre el hombre y la mujer, o bien el mediador universal es la parte de un mundo transferida a otro del mismo modo que se pasa de un universo a otro paralelo, o perpendicular, o diagonal; o, mejor, se trata de un millón de gestos desplazados, de trazos transferidcrs, de acontecimientos...». Lejos de clausurarse en torno a la identidad de un sexo, esta homo sexualidad se abre a la pérdida de la identidad, al «sistema en acto de las ramificaciones no excluyentes del deseo polívoco». En este preciso punto de la espiral, se comprende el cambio de tono: ya no se trata en absoluto, para el homosexual, de buscar reconocimiento, de presentarse como suje to dotado de derechos (dejadnos vivir a nuestra manera, todo el mundo lo es en cierta medida... homosexualidad-demanda, homosexualidad-recono cimiento, homosexualidad de lo mismo, forma edipica, estilo Arcadia).'’ Para el nuevo homosexual se trata de reclamar el serlo para poder decir al final: nadie lo es, no existe. Nos tratáis como homosexuales, de acuerdo, pero nosotros ya hemos superado esa fase. Ya no hay un sujeto homosexual sino producciones homosexuales de deseo y composiciones homosexuales productoras de enunciados que proliferan por todas partes, SM y travestis, tanto en relaciones de amor como en luchas políticas. Ya no hay un sujeto- Gide arrastrado a la escisión, ni siquiera un sujeto-Proust aún culpable, y aún menos el lamentable Yo-Peyrefitte. Comprendemos a,sí por qué puede Hocquenghem esúir en todos los niveles de su espiral y decir al mismo tiempo: el deseo homosexual es específico, hay enunciados homosexuales pero la homosexualidad no es nada, no es más que una palabra que, sin embargo, hemos de tomarnos en .serio, hemos de pasar por ella para extraer todo lo que contiene de diferente, y que no tiene nada que ver con el inconscien te del psicoanálisis sino con el progreso de un devenir sexual futuro.
Gilles Deleuze
Prefacio, en Guy Hocquenghem, Laprès-Mai des faunes, Grasset, París, 1974, pp. 7-17 (trad. cast. Homosexualidad y sociedad represiva. Cranica, Buenos Aires, 1974, lA^. del T\). Guy Hocquenghem (1946-1988), escritor, miembro del FHAR (Frente homo.sexual de acción revolucionaría, creado en 1970) conoció a Deleuze en la Universidad de Vincennes, donde era profesor encargado del curso: Le désir homosexuel. Éditions Universitaires, París, col. Psycothèque, 1972.